Con la salida de algunos habitantes y con la muerte de otros, el pueblo se quedó en un silencio que daba miedo. Pasaba una brisa que hacía con que las ventanas ya sin cristales balanceasen y hiciesen un ruido que quebraba el silencio.
La vegetación agreste cubría el amontonado de ruinas, con las zarzas no dejando ver la dimensión de las casas. Los caminos hechos en granito antes pisados por los habitantes, los rebaños y el carro de bueyes allí estaban cercados por matojal mezclado con pequeñitas flores silvestres.
La gente que tenía que pasar por allí lo hacía con algún temor y los niños iban agarrando la falda de sus madres. Decían que había por allí muchas serpientes y al oscurecer el día, los murciélagos volaban de un lado al otro con sus chirridos agudos entrando y saliendo por entre las ruinas.
Los viejitos del pueblo al lado en una distancia de apenas unos 800 metros, al final del día se sientan en los peldaños de sus casas mientras sus mujeres preparan la cena van saludando a este y aquella que pasa regresando de sus huertos y con el borriquito cargado de hierba para hacer las camas de los conejos que las van comiendo durante la noche. Otros pasan cargados y doblados por el peso de las ramas de madroño para poner en los corrales del ganado.
Por allí cerca ya se ve llegando el rebaño de cabras y ovejas con unos pequeñines caminando bajo la panza de sus madres siempre buscando sus tetas y el perro corriendo de un lado al otro estrechando el camino para que sea más fácil su entrada en la finca. Un poco atrasadas tres cabras con mucha dificultad en caminar debido a heridas en las patas y por fin el pastor con un cordero recién nacido al cuello. La madre oveja caminando a su lado con miedo de perder a su cría que apenas lo había mirado.
Las golondrinas vuelan dando vueltas y más vueltas chirreando no haciendo caso a los otros pajaritos que ya están de regreso a los arboles del pueblo para pasar la noche.
A lo lejos mirando en dirección del sol que se está despidiendo del día se puede ver la aldea fantasma y se tiene la sensación que de alguna chimenea que aun está de pie está saliendo humo como si estuviera alguien cocinando como antes ya la misma hora llamando para que entren para cenar.
La leche ya está puesta a hervir en una olla de hierro en el fuego con flor del cardo para hacer el delicioso queso.
Sentados en la mesa estan los abuelos, el padre, los hijos, la madre sirve la comida y no se sienta nunca con los demás. Regresa a la cocina, pone alguna cosa en la boca y empieza a hacer el queso, apretando los coágulos de la leche en el molde haciendo salir el suero y balanceando la cabeza por el cansancio del día de trabajo.
Todas las noches es la misma rutina.
Cuando la madre pasa con el queso ya listo en las manos para colocarlo en el armario para que el queso pueda secar, el padre pide el rosario y de seguida empiezan a rezar.
Terminado el rosario, van a descansar unas horas para empezar todo de nuevo al amanecer.
Flor