27.12.15

Los Recuerdos y la Navidad


 




LOS RECUERDOS Y LA NAVIDAD. 

Existe una codependencia entre la memoria y el estado de ánimo. Cuando nos sentimos tristes, la memoria nos devuelve vivencias tristes; cuando nos sentimos eufóricos, recordamos episodios esplendorosos de nuestra biografía. De ahí que, en Navidad, sobre todo cuando hemos perdido recientemente a un ser muy querido, seamos proclives a sumergirnos en la nostalgia. Este “dolor” por los ausentes contrasta con la alegría desbordante, en ocasiones postiza, que reina a nuestro alrededor; y, entonces, despotricamos contra la Navidad.
Si las circunstancias me lo permiten, incluso a veces a trancas y barrancas, procuro sintonizar con la emisora alegre que suena sempiternamente en mi interior. Es mi deber para conmigo y con mis semejantes. Hablo de actitud alegre, no de contar chistes a troche y moche, o de reírnos del vecino, que no con el vecino. También me molesta el derroche consumista de estas fechas; sin embargo, agradezco que la Navidad, aunque sea como pretexto, pinte una sonrisa en determinados rostros habitualmente taciturnos y que incluso muchos congéneres destinen una parte de su tiempo a visitar a sus seres queridos, casi siempre enarbolando algún que otro regalo. Aunque bastantes de estos actos están presididos por la hipocresía, en otros hay cariño genuino, cariño que sus parientes reciben, algunos, viejos muy viejos. Sólo por esto, merece la pena la Navidad.
Sería la repanocha que refrenáramos el afán consumista y que nos acordásemos de los prójimos que padecen una catarata de infortunios, también de que nuestros afectos fuesen sinceros (o lo que es lo mismo, que regalásemos nuestra presencia y los paquetes envueltos en papel de colorines a quien de verdad queremos, y no por cumplir las apariencias)… Ojalá. Mientras tanto, estos deseos, acaso utópicos, nos permiten orientar nuestros pasos hacia un futuro mejor.
Me parece una incongruencia clamorosa adoptar nuestra faz más sombría para demostrar nuestro rechazo a la Navidad. Si no nos gusta la Navidad, a la que tildamos de consumista e hipócrita, obremos a la contra: convirtamos nuestra Navidad particular (y todos los días del año que podamos) en solidaria y colmada de afectos genuinos, lejos de las sombras y el ceño fruncido. Una manera de predicar y, también dar trigo. Feliz vida. Feliz Navidad.



La ventana






La ventana


La Navidad había llegado al pequeño pueblo. Allí, donde apenas vivían unas diez familias, los días de las fiestas eran sumamente especiales. Incluso parecía como si mucha más gente habitara en las pocas casas que conformaban el casco.

Gustavo vivía en una casita que estaba al final de la urbanización, si se le puede llamar así. Compartía su casa con su madre viuda y una abuela cascarrabias que no quería a nadie, ni siquiera a su propia hija, con la que siempre estaba discutiendo y peleando.

Cuando se se acercaba la Navidad Gustavo se ponía muy contento porque durante esos días lo dejaban deambular solo por el pueblo; lo que no le gustaba de estas fechas era que su abuela siempre se ponía más insoportable porque no le gustaba que la gente festejara y derrochara el tiempo en comidas grupales y esas cosas. Ella prefería quedarse con su máquina de coser, mirando por la ventana hacia alguna parte que Gustavo no sabía qué era.

Ese año la Navidad se presentaba algo más especial porque unos reyes vendrían a visitarlos. Eran unos viajeros que iban de pueblo en pueblo emulando el viaje de los reyes magos. Gustavo se puso tan contento y tanto se entusiasmó que durante días no pudo pensar en otra cosa.

Pocos días antes de la fecha en la que llegarían estos extraños visitantes comenzó a llover tanto que se inundaron todos los caminos. El pueblo quedó completamente aislado y se suspendieron la mayoría de las fiestas. Gustavo estaba muy triste sobre todo por haberse perdido la oportunidad de conocer a esos reyes que venían de otro sitio.

Una tarde mientras estaba tomando la merienda absolutamente absorto en la pared de la cocina de su casa, su abuela dejó la máquina de coser y se le sentó al lado. ‘¿Por qué estás tan triste, Gustavo?’ El niño se sorprendió mucho; jamás su abuela se había preocupado por cómo estaba él. ‘Es que me gustaría saber cómo es afuera y ellos podrían habérmelo dicho’. ‘No te preocupes, lo sabrás. Algún día podrás dejar este lugar y viajar a donde quieras pero mientras tanto en vez de quedarte mirando hacia esa pared podrías hacer como yo, a través de esa ventana verás el campo: ahí afuera es donde se cuece la vida’.

El niño se quedó sorprendido por la sabiduría de su abuela y le hizo caso. Desde ese día pasaba muchas tardes sentado frente a la ventana, observando la línea del horizonte que cada vez se acercaba más y soñando con que un día él también podría ser un rey mago para pasear de pueblo en pueblo llevando la alegría a los niños que soñaban con vivir en otra parte.




Desconozco el autor



Mis Sillas Vacias






Empiezan los preparativos, cual será el menú de la cena
y en que lugar nos reuniremos.
Y aparece la pregunta inevitable: ¿Cuantos somos este año?
Y en la respuesta aparecen implícitamente: "Las Sillas Vacías" de las personas que no están…
Las que están lejos y que la vida llevo por otro camino, la que eligió no estar porque se enemisto con alguien de la familia y la que Dios se llevo a su lado...
Y aparece la tristeza y las sillas vacías duelen…
Entonces es cuando más necesito ese abrazo que cobija, que protege, que es prolongado…
y que lamentablemente no va a llegar…
Entonces me doy cuenta que extraño esa sonrisa, esas platicas amenas, esa complicidad que teníamos, esa mano dispuesta a ayudarme siempre, esa compañía… Los ojos se me llenan de lágrimas y duele mucho, muchísimo, pero esa es la realidad y hay que aceptarla, suspiro profundo y cierro mis ojos como queriendo que ese aire llegue hasta esa persona que me falta, abro mis ojos y giro la cabeza y lo que veo son las "Sillas Ocupadas": son las personas que me aman y que yo amo...
¡Y entonces sonrió!
Así es la vida con pérdidas y ganancias…
Y así voy a brindar el 24 y el 31.
Con lágrimas contenidas por esas "Sillas Vacías" y sonriendo desde el alma por las "Sillas Ocupadas".
Alegre, si alegre, a pesar de la tristeza, porque estar alegre no necesariamente es estar feliz .
La alegría es una emoción pasajera que termina cuando el buen momento finaliza.
La felicidad es otra cosa, es un estado del alma.
Ser feliz, es estar en paz, pleno, en paz sabiendo que estoy recorriendo el camino correcto, el que coincide con el sentido de mi vida, el de mis temores y mi coraje, mis virtudes y mis defectos, mi camino, el que yo elegí, un camino en el que hice todo lo que pude y más…
Brindaré por los que no están y brindaré incondicionalmente por los que si están,
por los que ame y por los que amo y con lo que tengo procuraré ser feliz.
Posiblemente tu también tengas "Sillas Vacías" en tu mesa este año al igual que yo, pero a pesar de los ausentes y con la dicha de los presentes, te deseo una Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo para ti y toda tu familia, que sus anhelos se hagan realidad y que llegue a ti lo que tanto anhela tu corazón.
Disfruta de lo que tienes hoy porque no todos tienen esa dicha.

Desconozco el autor.


27.5.15

Lo que quiero ahora


Edgard Maxencer


Lo que quiero ahora
ÁNGELES CASO


Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación -al menos la sensación- de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.


Ángeles Caso (Gijón, España - Nacida el 16 de julio de 1959)




(Publicado originalmente en LAVANGUARDIA.COM - Magazine.)