18.4.11

Un ambiente rustico y acongedor




Llegamos a un punto de la carretera  al km. 67 y tal como nos habían avisado tendríamos que dejar el coche aparcado en un porche allí mismo donde ya estaban otros coches y seguir caminando cargando el equipaje hasta la casa que habíamos alquilado para pasar aquel fin de semana largo.

Como nos  han informado después de dejar el coche, la Casa Branca quedaba a cerca de 10 minutos, hemos tenido el cuidado para no llevar mucho peso.

La excitación de los niños era enorme y  quedaban más callados cuando oían el chirrear de los pajaritos mirando para todos los lados para ver de dónde venían esos cantares.

Yo iba delante y fui la primera a ver el Turismo Rural formado por varias casas separadas unas de las otras muy bien cuidadas pintadas de blanco con un rodapié azul.

Nos dirigimos a la casa principal, de los propietarios, y que sirve también para recibir los huéspedes, darles la bienvenida  y acompañarles a sus casas.

Los niños fueron los primeros a entrar y corriendo a buscar sus habitaciones. De seguida se acordaron que cuando entraron habían visto una bolsa de paño colgada en la puerta y la fueron a buscar. Se quedaron admirados cuando abrieron la bolsa y vieron que tenía pan que olía muy bien y aun estaba tibio.


Como yo esperaba, de seguida pidieron pan con mantequilla. El aire de la sierra les había abierto el apetito.

Bien que me habían dicho que la pequeña nevera estaba rellena con todo lo que se necesita para  comer en el fin de semana, bueno para los desayunos y meriendas. Las comidas para el almuerzo y cenas eran traídas porta a porta según el pedido que teníamos que hacer dos horas antes.

El menú semanal estaba en una pared de la cocina. Para el primero almuerzo escogimos pollo del campo al horno, para la cena hicimos el pedido de  revuelto de setas y jamón serrano y  sopa de verduras. 

Estuvimos siempre todos de acuerdo.

Mientras la comida no llegaba, salimos a dar un paseo por el pequeño pueblo y descubrimos que aún había algunas casas por reconstruir. Encontramos el único residente permanente que  contó que aquello se trató de un pueblo que estaba casi en ruinas y los propietarios actuales compraron la mayor parte de las casas, las recuperaron  y  así rescataron una aldea fantasma de la inevitable decadencia  transformándola en un pueblo turístico.

El ambiente era de una calma sorprendente hasta parecía que no había nadie más que nosotros en el pueblo.

Aún no habíamos abierto la puerta que daba para las traseras de la casa. Nos dimos cuenta que había  un porche cubierto de viña que hacía sombra para una mesa donde iríamos siempre hacer las comidas. La panorámica era de cortar la respiración.


Mientras estábamos inspirando el aire tan puro, los niños descubrieron una mesa de futbolín y fue una algazara tal que quisieron de seguida jugar un partido.

Nos llamarón diciendo que la comida había llegado y de seguida todos pusimos el mantel en la mesa,  y a comer a la sombra de la viña oyendo cocorocó por allí cerca y el zum zum de unas abejas muy ocupadas a chupar el polen de las florecitas silvestres.

Con toda la calma que se sentía en el ambiente después de comer fuimos todos hacer una siesta.

El fin de semana fue muy bien pasado y paseamos mucho, caminando a pié para observar la flora y la fauna que había cerca. Llegábamos  tan cansados que después de la cena  y de ir a tomar un café en la casa principal donde conocimos algunos turistas, regresábamos a casa y nos fuimos a la cama para recuperar fuerzas para el día siguiente.

Flor

(Este cuento fue totalmente inventado por mí)